La Ilíada: https://apuntescastellano2021.blogspot.com/2020/09/la-iliada-de-homero-literatura.html
Patroclo, conmovido ante el dolor de sus amigos, penetra en la tienda de
Aquiles, que escucha impasible el fragor del combate. Y derramando
ardientes lágrimas le habla estas aladas palabras:
- ¡Mal empleas tu valor, cruel Aquiles, cruzándote de brazos ante el
dolor de los nuestros! Sólo la roca y el mar han podido engendrar tu
duro corazón. Los mejores de nuestros héroes están heridos por la aguda
flecha y la afilada lanza. Sólo Ayax resiste aún desde las naves,
mientras los otros se revuelcan de terror ante Héctor, matador de
hombres. Queda tú en la tienda si quieres cumplir tu palabra hasta el
fin. Pero déjame a mí tus armas y tu carro; yo me presentaré con ellos
en el combate, y los troyanos, confundiéndome contigo, retrocederán ante
tu espada.
Dijo, y Aquiles, conmovido por el dolor de su fiel amigo, accedió a
ello, entregándole no sólo sus armas, sino también el mando de sus
hombres, los terribles mirmidones, que, lanzando gritos de júbilo, se
aprestan al combate.
Patroclo toma las armas de Aquiles. Ajústase a las piernas sus grebas de
broches de plata, protege su pecho con la labrada coraza, cuelga de su
hombro la fuerte espada guarnecida de clavos de plata, embraza el ancho
escudo y cubre su cabeza con el brillante casco, empenachado de largas
crines de caballo. Sólo deja la poderosa lanza, que nadie más que
Aquiles puede manejar. Y así armado, en el veloz carro de inmortales
caballos, se lanza al combate seguido por los terribles mirmidones, a
tiempo que en las naves griegas comienza a prender el incendio.
Al divisar el carro y las armas de Aquiles, el terror se apodera de los
troyanos, que comienzan a huir en todas direcciones, retirándose de las
naves y acogiéndose al amparo de las murallas.
Héctor, temblando de cólera, grita y combate animando a los suyos y
conteniendo el ímpetu de los mirmidones con su lanza de bronce y su
fuerte escudo guarnecido de pieles de toro.
El carro de Patroclo atropella a los que huyen; sus gritos y su lanza
siembran la confusión en torno suyo. Los caballos troyanos, desuncidos,
relinchan y galopan desbocados, como los torrentes que se despeñan
bramando por las montañas cuando la tempestad descarga su lluvia sobre
la negra tierra,
Sólo un héroe troyano se atreve a hacer frente a Patroclo, y cae
desplomado bajo su lanza como la encina que se corta en el monte para
tallar un mástil de navío.
Corto y brillante es el triunfo del héroe, que llega en su empuje hasta
las mismas murallas. Un venablo le hiere, y las manos de los dioses
desatan las correas de su armadura.
Por fin, el carro de Patroclo y el de Héctor se encuentran, y ambos se
miran como el león y el jabalí que en la montaña se disputan un
manantial. Pero Patroclo está herido: sus ojos se ciegan y el casco
rueda de su cabeza. Así va a caer, desarmado, ante la lanza de Héctor,
que se hunde en su carne. Patroclo, derribado en el suelo, pronuncia
estas amargas palabras:
-No te alabes de mi muerte, orgulloso Héctor, que desarmado llegué a tus manos. Tampoco tú vivirás largo tiempo.
Así dijo, y la muerte le cubrió con su manto.
Cuando Aquiles supo por un heraldo la muerte de Patroclo, un gran grito
de dolor estalló en su corazón. Derramó con ambas manos ceniza sobre su
cabeza y se tendió llorando sobre el polvo.
Los mirmidones llevaron hasta su tienda el cadáver del héroe. Iba
desnudo, porque Héctor, al vencerle, se apoderó, como botín, de su
brillante armadura. Aquiles lloró, poniendo sus manos sobre el pecho del
amigo. Mandó poner al fuego un gran trípode para calentar agua con que
lavar la sangre. Lavó el cadáver y lo ungió con aceite. Después,
colocándolo sobre el lecho, lo envolvió con una fina tela de hilo. Y
toda la noche la pasó a su lado.
Al día siguiente, furioso y terrible como nunca, el divino Aquiles,
resplandeciente de nuevas armas fabricadas por los dioses, entraba en la
batalla para vengar la muerte de su amigo.
El hermoso Héctor, domador de caballos, acudía al palacio de Príamo para
despedirse de su esposa y de su hijo. Los ancianos y las mujeres
lloraban, presintiendo un día de desgracia para los suyos. También
lloraba la hermosa Helena por la suerte de Héctor, el único héroe que
aún no la odiaba por la desgracia que su funesta belleza había traído
sobre Troya.
Pero Andrómaca, la esposa de Héctor, no estaba en el palacio bordando
tapices en medio de sus esclavas, sino que desde las altas murallas, con
su hijo en brazos, miraba ansiosa hacia el campo de batalla.
Al encontrarse los esposos se abrazaron tiernamente. Héctor fué a besar a
su hijo, pero el niño, asustado por el brillo de las armas y el
tremolante penacho de crin de caballo, rompió a llorar de miedo,
ocultando su cabeza contra el pecho de su madre. Entonces, olvidados por
un momento del horror de la batalla, los esposos rieron, abrazados
sobre el cuerpo del pequeñuelo.
Héctor se quitó el casco de largas crines, que dejó en el suelo, y tomó
en sus brazos al niño, besándole con ternura. Andrómaca, sonriendo en
medio de sus lágrimas, miraba a su brillante esposo y al niño, tan
pequeño en sus brazos, mientras al otro lado de la muralla corría la
sangre de los héroes.
- ¡Desdichado Héctor, esposo mío! -clamaba Andrómaca-. No te atrevas a
luchar con el terrible rey de los mirmidones. Aquiles mató a mi padre en
el sitio de Tebas, y mis siete hermanos han perecido tanibién al empuje
de su fuerte lanza. Ten compasión de tu esposa y de tu hijo, noble
Héctor. No salgas hoy al combate; no te enfrentes con el invulnerable
Aquiles, protegido de los dioses.
-Por la gloria de mi padre y de Troya -respondió Héctor-, no puedo
retroceder ante Aquiles. Presiento que el fin de nuestra ciudad se
acerca. Entonces nuestras mujeres serán condenadas a la esclavitud y
nuestros guerreros serán pasto de los perros junto a las cóncavas naves.
¡Cierre la negra muerte mis ojos antes de presenciar tanta desdicha!
Y así diciendo, Héctor se cubrió nuevamente con su casco, y dando el
último adiós a Andrómaca y a su hijo se alejó hacia el campo de batalla.
Muchos guerreros han perecido ya bajo la lanza del terrible Aquiles.
Tantos, que las aguas del río Escamandro, que desemboca junto a las
naves, se desbordan llenas de sangre. El héroe huye del río desbordado y
llega, acorralando a los troyanos, hasta las mismas murallas. Allí sus
ojos se encuentran con los de Héctor, y Aquiles lanza un alarido de
júbilo al ver al matador de Patroclo. Su lanza es semejante al rayo; su
escudo de cinco capas, de oro y bronce, con abrazaderas de plata,
relumbra al sol, y su aspecto sólo es comparable al de Marte, dios de
las batallas.
Héctor siente desfallecer su fuerte corazón ante el aspecto terrible y
deslumbrante del héroe griego. Da unos pasos atrás, cegado por su
esplendor; pero Minerva, la diosa de los ojos claros, queriendo
perderle, se presenta a él revistiendo la forma de su hermano y le dice
estas palabras:
-Animo, mi buen hermano. Luchemos juntos contra Aquiles.
Héctor, confortado por la presencia de su hermano, hace frente al héroe
divino, y antes de trabar combate le habla estas aladas palabras
-Escúchame, brillante Aquiles. Uno de los dos ha de morir aquí. Si la
victoria es mía, te despojaré de tus armas, pero no insultaré tu
cadáver, que entregaré a los tuyos para que lo lloren. Prométeme tú lo
mismo y sean los dioses testigos de nuestro pacto.
Pero, mirándole con torva faz, respondió Aquiles. el de los pies ligeros:
-No me hables, Héctor, de pactos que no pueden existir entre tú y yo,
como no existen entre los leones y los hombres, ni entre los lobos y los
corderos. Tú morirás hoy bajo mi lanza y los perros y los buitres
destrozarán ignominiosamente tu cadáver, que arrastraré tres veces
alrededor de la tumba de Patroclo.
Y así diciendo, arrojó con vigoroso impulso su larga lanza; pero Héctor
se inclinó a tiempo, y la lanza de Aquiles se clavó temblando a su lado
en el suelo. Minerva la recogió y se la devolvió a Aquiles sin que
Héctor se diera cuenta.
El troyano lanzó la suya, que se clavó en el escudo del mirmidón, sin
alcanzar a herirle. Volvióse a su hermano para pedirle una nueva lanza,
pero su hermano había desaparecido. Entonces comprendió Héctor que todo
había sido un engaño de los dioses, y que la hora de su muerte se
acercaba. Y dispuesto a morir, empuñó su fuerte espada y se arrojó sobre
Aquiles como el águila se lanza impetuosa desde las nubes sobre su
presa en la llanura.
Pero Aquiles le esperaba a pie firme, y por las junturas de la coraza le
hundió su larga lanza en la garganta. Así cayó Héctor, arañando con sus
manos el polvo. Y habló al vencedor con apagada voz:
-Por tus padres te lo ruego, divino Aquiles: respeta mi cadáver, entrégalo a los míos y que los troyanos lo lloren en mi ciudad.
Dicho esto, la muerte le cubrió con su manto. Y su alma abandonó los
miembros, llorando porque dejaba un cuerpo vigoroso y joven.
Pero Aquiles no quiso escuchar su ruego. Le despojó de la ensangrentada
armadura y llamó a los griegos, que acudieron, hiriendo todos el
cadáver. Después, con tiras de piel de buey, le ataron por los pies al
carro del vencedor y le arrastraron hasta las naves, chocando su cabeza
contra el suelo y esparcida por el polvo su larga cabellera.
Desde las murallas, Andrómaca y sus padres contemplaban el horrible
espectáculo, desgarrando sus vestiduras y llorando lágrimas
desesperadas.
Muchos días lloró aún Aquiles la muerte de su amigo Patroclo, insultando
el cadáver de Héctor. Pero los dioses, compadecidos del héroe vencido,
cuidaban de noche su cuerpo, lavándolo y cerrando sus heridas.
Por fin, una noche hasta la tienda de Aquiles llegó el venerable Príamo,
pastor de hombres y padre de Héctor. Y arrojándose a los pies del héroe
abrazó sus rodillas y besó sus manos, suplicándole:
- ¡Apiádate de mi vejez, oh poderoso Aquiles! Acuérdate de tu padre, que
tiene la misma edad que yo, y conmuévate el dolor de un anciano. He
engendrado muchos hijos valientes, que han muerto defendiendo a su
ciudad, y el más hermoso de todos, mi querido Héctor, gloria y sostén de
Troya, yace aquí, insepulto, como un perro, junto a tus naves.
Devuélveme su cuerpo para que los troyanos lo lloren, rindiéndole el
culto debido a los héroes. Apiádate de mí, que por amor de Héctor he
hecho lo que ningún otro hombre se atrevería a hacer en la tierra: besar
las manos del matador de mi hijo.
Estas palabras conmovieron a Aquiles. Y el cadáver de Héctor, envuelto en una valisosa túnica, fué al fin devuelto a Troya.
Los troyanos lloraron a gritos, por espacio de nueve días, sobre el
cuerpo destrozado del héroe, cuya cabeza besaba Andrómaca
desesperadamente.
Sobre una inmensa pira, en el campo de batalla, colocaron el cuerpo
querido, prendiendo fuego a la leña. Apagaron luego con negro vino la
llama y recogieron los blancos huesos y las cenizas en una urna de oro
cubierta de púrpura. Y llorando lo volvieron en hombros a la ciudad.
Así celebraron los troyanos las honras de Héctor, domador de caballos.
La Odisea: http://dinoralu1bach.blogspot.com/2017/10/w-russell-flint-la-odisea-de-homero.html
Polifemo.- ¡Oh forastero¡ ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegasteis navegando por húmedos caminos? ¿Venís por algún negocio o andáis por el mar a la ventura, como los piratas que divagan, exponiendo su vida y produciendo daño a los hombres de extrañas tierras?
Así dijo. Nos quebraba el corazón el temor que nos produjo su voz grave y su aspecto monstruoso. Mas con todo eso, le respondí de esta manera:
Odiseo.- Somos aqueos a quienes extraviaron, al salir de Troya, vientos de toda clase (...) y venimos a abrazar tus rodillas por si quisieras presentarnos los dones de la hospitalidad.(...)
El cíclope con ánimo cruel no me dio respuesta, pero levantóse de súbito, echó mano a los compañeros, agarró a dos y , cual si fuesen cachorrillos, arrojólos a tierra con tamaña violencia que el encéfalo fluyó del suelo y mojó el piso. De contado despedazó los miembros, se aparejó una cena y se puso a comer como un montaraz león, no dejando ni los intestinos, ni la carne, ni los medulosos huesos. (...)
Al fin parecióme que la mejor resolución sería la siguiente. Echada en el suelo del establo veíase una gran clava de olivo verde. (...) Acerquéme a ella y corté una estaca como de una braza, que di a los compañeros mandándoles que la puliesen. No bien la dejaron lisa, agucé uno de sus cabos, la endurecí, pasándola por el ardiente fuego, y la oculté cuidadosamente debajo del abundante estiércol esparcido por la gruta. Ordené entonces que se eligieran por suerte los que, uniéndose conmigo, deberían atreverse a levantar la estaca y clavarla en el ojo del Cíclope cuando el dulce sueño le rindiese.
Itaca
Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
Poema de Konstantino Kavafis
Las fábulas de Esopo son un conjunto de fábulas en prosa atribuidas a Esopo, el escritor griego que vivió entre el final del siglo VII aC. y el principio del siglo VI aC. Probablemente originario de la región de Frígia.
Dentro de las fábulas de Esopo se incluyen aquellas a él atribuidas y un grupo de historias que circulaban antes de él de manera oral y con las mismas características.
La primera compilación de fábulas de Esopo, históricamente atestiguada, fue hecha por Démétrios de Phalère al siglo IV aC., más de doscientos años después de la muerte de Esopo. Esta compilación se perdió, pero generó el nacimiento de innumerables versiones. La más importante es la compilación llamada Augustana, que cuenta con más de 500 fábulas, todas en prosa. Chambry, en su edición crítica de esta compilación, recogió 358 fábulas. Algunas son muy populares, como:
Las fábulas de Esopo han inspirado a muchos autores que han perfeccionado el género durante 2500 años, entre ellos:
- Fedro, fabulista latino del siglo I
- Babrio, fabulista romano de lengua griega de los siglos II y III
- Aviaos, poeta latino del siglo IV
- Yalal ad-Din Rumi, místico y poeta persa del siglo XIII
- María de Francia, poetisa del siglo XII
- Jean de La Fontaine en el siglo XVII
- Es una de las primeras obras literarias europeas que fue impresa en Japón, a finales del siglo XVI.3 Otra traducción al japonés, las fábulas de Isoho, fue realizada en el siglo XVI
Comentarios
Publicar un comentario